Carta de ETA pidiendo 100 millones de pesetas por el rescate de José Luis Arrasate, enero 1976

¿Normalidad en Euskadi?

David Bermejo Redondo

Hace unos días, paseando, me encontré con un amigo, hombre de bien, reflexivo, cabal y sereno donde los haya. Después de saludarnos me dijo: “me marcho varios días fuera de Euskadi, a la Costa del Sol, con el fin de estar un poco más tranquilo y relajado, aunque aquí ya no es como en los años de plomo y gozamos de normalidad”. A lo que yo contesté: “normalidad aparente, ya que hay muchas personas que están heridas y muy heridas por la lacra padecida a lo largo de muchos años por el terrorismo de ETA. Unos por persecución y muerte de seres queridos; otros por extorsión y chantaje padecido hasta términos insospechables; otros por vivir de forma permanente amenazados y escoltados, pensando de forma constante en la bomba o el tiro en la nuca”. “Sí, pero gracias a Dios ya han pasado aquellos años duros”, me repitió. Seguido le hice la siguiente aseveración: “seguramente conoces a alguien que a día de hoy está sufriendo, bien por familiares asesinados, bien por haber sufrido extorsión o amenazas que paga con fobias, miedos y depresiones, y no digamos con penurias económicas en muchos casos. Todo por salvar lo más importante que tiene el ser humano: su propia vida, y, lo que es más doloroso si cabe, la de sus seres queridos”.

Mi amigo me contestó: “uno de mis consuegros fue extorsionado, por lo que está pagando un alto precio en su salud”. Ante su confesión, el que esto escribe le dijo: “pues delante de ti tienes a otra persona que, por culpa de la extorsión económica y emocional padecida, está sufriendo lo que nadie sabe”. Se quedó perplejo y me dijo: “claro, será como consecuencia de haber ocupado un puesto determinado, pero nada relevante, en una de las empresas más fuertes del País Vasco; habiendo sufrido dos de nuestros empleados –compañeros– el más vil y cobarde de los hechos humanos, el asesinato con el tiro en la nuca. No conformes con lo anterior, se amenazó a todo el personal, por el simple pecado de trabajar en esa sociedad”.

“¿Es esto normalidad?”, le pregunté nuevamente. No supo responderme. ¡El que no ha padecido directamente la lacra del horror provocado por ETA puede decir de forma ufana, sin pensarlo detenidamente, que aquí no pasa nada! Antes tampoco pasaba. ¡Qué falacia! ¡Qué fácil es decir que hay que mirar al futuro y olvidar el pasado! Cuántos muertos, heridos, extorsionados y perseguidos sin ninguna razón para ello. ¿Cuántos ciudadanos vascos honrados han tenido que “emigrar”, como les pasó a los judíos, dejando su tierra, familia, amigos y bienes?

Recuerdo, y no se me borrará de la mente mientras viva, cuando en una reunión de trabajo en Madrid con un industrial vasco, me dijo con lágrimas en los ojos: “yo, que prácticamente he nacido en la cueva de Santimamiñe, tengo que vivir fuera de Euskadi por el mero pecado de ser un empresario que se hizo así mismo, trabajando tenazmente. Lo único que he hecho ha sido el bien a la vez que crear riqueza y puestos de trabajo”.

Oímos de forma reiterada y en todos los medios que aquí ya no pasa nada. Claro que no, sobre todo para algunos que vivieron y viven muy tranquilos, como si efectivamente aquí no hubiese existido el terrorismo al estilo del nazismo. En Alemania tampoco pasaba nada. Aquí había y hay muchos que se alegraban y se siguen alegrando de lo que sucedió y sucede. Este insistente repetir que aquí ya todo es “normal” me obliga a escribir este artículo, para decir alto y fuerte que no. Tenemos que repetir hasta la saciedad que aquí todavía hay personas que sufren y sufrirán por el resto de los días. No olvidemos el pasado.

Hoy es el día que aún ETA sigue matando. No con el tiro descerrajado en la nuca de un ciudadano inocente o con la bomba lapa, pero sí de forma sorda y callada. Recientemente y como consecuencia de tanto dolor, hemos tenido la pérdida de una persona de bien, Fernando Altuna Urcelay, hijo de Basilio Altuna, asesinado por ETA-pm el año 1980 en Álava, donde residía. Desde aquel fatídico día, cuando Fernando contaba con tan solo 10 años, su vida ha sido un constante calvario. Fernando sufrió la injusticia de la Justicia, el olvido de las instituciones, las vascas en particular, así como de la ciudadanía. Mientras a mí no me toque, todo da igual, era el lema. Mirar para otro lado.

Hay muchas personas que hemos padecido y estamos padeciendo lo inimaginable como consecuencia de aquellos largos años de ignominia, deshumanización y terror. Nunca sabrá la sociedad hasta qué extremos tan inhumanos y horrendos hemos sido sometidos; nuestra vida no tenía ningún valor y, lo que es aún peor y más duro, el que se te amenazase con la de tus seres más queridos.

Hay muchas economías diezmadas, no solo las de grandes fortunas y “oligarcas” –según ellos–, sino también las de pequeños autónomos o trabajadores normales cuyo único pecado fue trabajar en grandes empresas, profesiones liberales, etc. Personas muchas de ellas con los recursos justos para mantener y sacar adelante a sus familias. A muchos nos robaron de la forma más ruin y cobarde que se puede imaginar los ahorros presentes y los que se reservaban para el futuro. Compramos nuestras vidas y las de los nuestros. Los bienes poco importaban ante la amenaza de muerte.

Aquí nos puede suceder lo que ocurrió en la Alemania nazi y en los campos de concentración de Auschwitz, donde a los prisioneros condenados a muerte se les decía aquello de que “si en el futuro contaban el infierno por el que habían pasado, nadie los creería”. De aquello quedaron personas que relataron sus macabras e inhumanas vivencias; aquí y por parte de ciertos poderes públicos y mediáticos se pretende borrar y emborronar una historia muy cruel y reciente, y en muchos casos igualar a las víctimas con los victimarios. Los supervivientes de las atrocidades nazis nos contaron su odisea de horror y terror. Aquí hay muchas personas que han sufrido y siguen sufriendo la lacra de ETA, y nadie se atreve a decir nada; más bien lo ocultan hasta en sus círculos más cercanos. ¿Por qué será? ¿Se le puede llamar a esto “normalidad”?

¿Es “normal” lo que ha pasado en Alsasua con el ataque a los guardias civiles? ¿Es “normal” el homenaje a presos de ETA en un instituto de Hernani? ¿Es “normal” la quema de autobuses en Loiu? ¿Es normal que se haga un homenaje a un etarra en Lekeitio y se le siente en el sillón del alcalde? ¿Es normal que la izquierda abertzale haga concentraciones en el mismo lugar en el que ETA asesinó a una buena persona, el ertzaina Txema Agirre Larraona? ¡Hay tantas y tantas preguntas que haríamos a las personas que dicen que aquí hay normalidad! Que les pregunten a muchos ertzainas cómo se sienten cuando patrullan por las calles de ciertos pueblos de Euskadi. ¿Son normales los sucesos recientes en la UPV? ¿Qué se ha inculcado o contado a los jóvenes que cometen estas atrocidades a día de hoy? ¿Qué ven en sus semejantes, tengan la profesión que tengan, vistan un uniforme u otro, o piensen como piensen? ¿De qué fuentes han bebido? ¿Son normales tantas y tantas cosas que suceden a diario en el País Vasco? ¡Son tantas las preguntas que nos podemos hacer, y para las que no tengo respuesta, que confieso que tengo miedo!

Estamos, o así lo creo, en una época en la que la sociedad ignora a sus víctimas y esto es muy malo. Las víctimas han padecido una inmoral e incomprensible orfandad, fundamentalmente por parte de los partidos políticos, a la vez que falta de defensa por parte de los poderes del Estado. Se pretende pasar la página de una realidad muy cruel y dura que no se debe de olvidar, no solo por ética, sino también por aquello de que el pueblo que ignora su historia y su pasado, repite los mismos errores. Se debe de contar la verdad, fundamentalmente por parte de las instituciones. Parece que esa terrorífica historia ha pasado hace lustros y que los asesinatos, extorsiones y secuestros son algo muy alejado en el tiempo. Pero no es así. No lo olvidemos tan rápido. Para muchos será una historia que morirá con ellos. A las víctimas no se las ha tratado como se merecían.

Todavía hoy es el día que un ertzaina no puede significarse y tiene que ocultar su identidad; no digamos de la Guardia Civil. O que hay muchos empresarios vascos que trabajan, pero no viven en Euskadi. ¿Es esta la normalidad que tenemos y queremos?

David Bermejo Redondo es miembro de Covite, el Colectivo de Víctimas del Terrorismo. Durante años fue extorsionado y amenazado por ETA.



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