La “dama negra”
Fidel Raso
Ricardo Arques fue el periodista que descubrió los GAL y con el que recorría el sur de Francia a finales de los 80. En algunas ocasiones nos acompañaba Melchor Miralles. Un día Ricardo me llamó por teléfono y me dijo: “Rasín, mañana tenemos que ir al otro lado. Prepárate”. Él estaba en Madrid.
José Mª Irujo, Ricardo Arques y Fidel Raso en la redacción de Diario 16
Durante el recorrido por autopista desde Bilbao a Donostia me dijo que tenía pistas sobre la misteriosa “dama negra” de los GAL. Se trataba de una mujer joven con rasgos orientales que había utilizado una peluca rubia para sus acciones contra miembros de ETA en el sur de Francia. En esos momentos se encontraba trabajando en un hotel indeterminado de las inmediaciones de Pau.
Nuestra tensa búsqueda acabó en el Hotel de Paris, en la rue Garet de Pau, donde según nuestras informaciones se habían entrevistado en muchas ocasiones los miembros de los GAL Christian Hitier y la llamada “dama negra”.
En noviembre de 1987 la cosa no estaba para bromas. Unos meses antes, el 24 de julio, una bomba de los GAL había matado en Hendaya al objetor de conciencia Juan Carlos García Goena. En aquel hotel podíamos encontrar a una mujer que había demostrado no tener ningún reparo en apretar el gatillo.
Ricardo y yo entramos en el pequeño establecimiento, de dos plantas, con la sensación absurda de que habían descubierto nuestra identidad. Recuerdo que tenía mucho frío, quizá provocado por la tensión. A los pocos minutos vimos a una mujer que preparaba unas mesas al fondo de un pequeño salón. Mi corazón latía con fuerza mientras Ricardo me decía con la mirada “Puede ser”.
Yo había metido mi cámara fotográfica con un pequeño teleobjetivo luminoso en el interior de una bolsa blanca que me habían dado ese mismo año en el festival de cine de San Sebastián. La llevaba colgada del hombro. Mi mano empezó a deslizarse discretamente hacia el interior y cuando me disponía a sacar la cámara y ocupar una buena posición para fotografiar a aquella mujer, una voz femenina sonó a nuestras espaldas: “Bonjour Monsieur, que voulez vous?” Yo me quedé petrificado en una postura ridícula, con la mano dentro de una bolsa y el paso cambiado de una persona que no sabría decirse si va o viene. Ricardo, que sabía el mismo francés que yo, es decir, el del bachillerato, sonrió esbozando un leve “ji, ji, ji”, y le dijo que buscábamos a un amigo que nos estaba esperando en aquel lugar, pero que ya se habría marchado porque no veíamos a nadie. Salimos corriendo como dos niños a los que un aldeano hubiera pillado intentando robar unas peras del árbol. Decidimos dejarlo para otra ocasión, dado que el hotel era tan pequeño que una persona que estuviese esperando podía ser vista desde cualquier lugar.
Dossier de la Semana, Diario 16
La investigación de los GAL en Francia no fue fácil. Primero Ricardo y luego Miralles trataron de desvelar un confuso entramado en el que se mezclaban policías, agentes de la OAS y mercenarios. Recuerdo el enredo que suponían las diferentes pistas sobre la “dama negra”. Realmente nunca hubo una sola mujer, sino dos. La primera fue un completo desastre para los organizadores de los GAL. Además de fallar en su primera misión, dejó numerosas pistas al huir. Nosotros queríamos localizar a Dominique, la sustituta.
Ricardo y yo seguimos buscando en varios hoteles. Uno de ellos fue el Chateau de Brindos, un escenario de gran lujo, con lago particular y situado cerca del aeropuerto de Biarritz. Allí el subcomisario José Amedo Fouce mantuvo algunas reuniones con Gerard Manzanal, ex jefe de reclutamiento de la Legión Extranjera en Bayona e informador de Patrick Bordou, a quien las investigaciones de Ricardo y Melchor apuntaban como suministrador de armas y señalizador de las víctimas de los GAL. Durante varios minutos recorrimos los salones interiores de aquel hotel-mansión. En uno de ellos la luz matinal entraba por grandes ventanales, a través de los que podía verse el lago, rodeado de una gran extensión de terreno ajardinado. En las paredes de piedra colgaban blasones y diferentes escudos de armas. La luz eléctrica interna era tenue e innecesaria. Al fondo, en el lado opuesto a los ventanales, había una gran chimenea lista para ser usada, y muy cerca de ella dos armaduras aparentemente originales. Yo caminaba rodeando la mesa en silencio y deslizando una de mis manos por su superficie, como si quisiera sentir en el tacto aquella atmósfera jacobina. Ricardo miraba por un ventanal.
– ¡Ricardo! -Cuando se giró hacia mí, yo ya estaba sentado en el mejor lugar de la mesa.
– ¿Sí?
– ¿Te imaginas a Pepe Amedo sentado aquí después de gastarse el dinero en el casino de San Sebastián?
– Joder Rasín…, venga, vamos al bar.
Durante mucho tiempo conservé un posavasos de aquel lugar que me traía gratos recuerdos. Tenía una preciosa flor de lis azulada en el centro. Y digo que me traía recuerdos porque sobre él preparé el plan más absurdo imaginable para hacerle fotografías a aquella mujer que anduvimos buscando durante tanto tiempo. Dimos por seguro que Dominique trabajaba en aquel lugar y, además, que saldría a media tarde para irse a su casa.
– De aquí no se nos escapa, le dije a Ricardo… Y las fotos las vas a tener que hacer tú, apostillé.
– ¿Yo…? – Arques me miró sorprendido. – ¡Pero si no sé hacer fotos!
– Pues con mi plan vas a tener que aprender pronto, porque tú no tienes carné de conducir y lo que pretendo es chocar mi coche contra el suyo en este camino que va del Chateau a la carretera local más cercana. Lo que te estoy diciendo es que tú te escondes en ese montículo, entre los pinos, y cuando la veas salir me haces una seña. Yo arranco el coche y en esa curva ¡zas!, leñazo. Suave pero contundente. Ella se baja histérica dirigiéndome los peores improperios en francés y tú empiezas a hacerle fotos. Eso sí, enfocadas, a ser posible. Mientras, trataré de pedirle disculpas de tal manera que se te ponga frente a la cámara, y además le pido los papeles. El plan es perfecto, podemos tener las fotos y los datos de su identidad.
Era un disparate. Antes de poner en marcha el plan decidimos darnos otra vuelta por el Chateau para ver si había alguna otra manera de saber si se encontraba trabajando allí la rubia asesina. Dimos varios paseos por la barra del bar contemplando el lago hasta que decidimos poner en práctica el plan B. El plan B consistía en ir a la recepción y preguntar directamente si allí trabajaba una mujer con esas características. La respuesta fue que no. Salimos corriendo y no volvimos más.
Nunca le dije a Ricardo que en el fondo seguí conservando aquel “plan de choque” durante bastante tiempo, y quizá por ello comencé a darle unas clases nocturnas de conducir en el parque cercano al monumento de los héroes de Verdún, en Bayona.
Fidel Raso es licenciado en Periodismo por la Universidad del País Vasco y diplomado en Estudios Avanzados (DEA). Fue reportero gráfico de Diario 16 en el País Vasco (1986-1997), centrado en política y terrorismo. Cubrió gráficamente la investigación del caso GAL en Francia y el País Vasco (87-90). Con anterioridad trabajó para otros medios escritos del País Vasco, cubriendo más de cien atentados de ETA durante esos diez años.