Mi granito de arena

Mi granito de arena

María Carmen Hernández

Me viene a la memoria que, teniendo mi hija mayor 4 añitos, fue la primera vez que sentí verdadera angustia por el tema de ETA, y es que a menudo los que apoyaban a la banda bloqueaban las entradas a Durango (que es donde vivo) como protesta por alguna detención o por cualquier otra cosa.

Trabajaba a siete kilómetros y en cuanto me daban el aviso desde el colegio tenía que tragarme la carretera para poder entrar al pueblo y recoger a la niña, porque éstos cerraban. Esta vez no querían dejarme pasar y rogándoles, casi llorando de la angustia porque la niña se iba a sentir sola, al final uno de ellos me dejó pasar. Fue a partir de entonces, años 1975-80… cuando empecé a tomar conciencia del terror que estaban viviendo algunas familias, asesinatos que las autoridades hacían que pasasen desapercibidos o con el menor ruido posible, etc.

A mi marido decidieron darle un tiro en la nuca. Llevaba trece años de concejal por el PP. Aunque estaba amenazado no esperas que lleguen a matarle. Durante los tres años anteriores estuvimos sufriendo un acoso terrible: insultos, amenazas, las manifestaciones terminaban debajo de casa leyendo misivas, la escalera empapelada con dianas, pancartas colgadas con velas encendidas, paquetes a casa… y un largo etcétera.

¿Dónde están las autoridades? me preguntaba yo. ¿Cómo es posible que ocurran estas cosas y nadie haga algo?

Llamaba a la Ertzaintza, pero… no llegaban o llegaban siempre tarde. Aparte, sientes el vacío de la gente, que, por miedo o porque no le afectaba de cerca, pasaba de ello. Vecinos, personas que te dejan de hablar, de saludar. Gente que has conocido de toda la vida y se manifiesta debajo de casa. ¡Es muy triste!

También tenía una linterna grande para mirar los bajos del coche cada vez que salía, a pesar de que Jesús Mari hacía tiempo que no iba con nosotras. Toda esta situación te va minando. Al principio te haces fuerte y afrontas el día a día, pero según pasa el tiempo sientes mucho miedo. Nuestra situación familiar era bastante triste debido a esta circunstancia.

Cuando sucede, es imposible explicar lo que se siente porque la angustia te ahoga. Sientes un dolor intenso. En la cabeza, preguntas: ¿Por qué? ¿Para qué?

… Sin respuesta, porque no la hay.

¿Cómo afrontarlo? Me prometí ser fuerte, sobre todo por mis hijas. Busqué la ayuda profesional que necesitaba y, sobre todo, pedí fuerzas a Dios para esa nueva etapa de mi vida. Me propuse, además, poner mi granito de arena para aportar, en la medida que me fuese posible, un mensaje constructivo a favor de una convivencia en paz. Haciendo un gran esfuerzo, he estado en los sitios que me lo han pedido, hablando, dando mi testimonio, sin odio ni rencor. Pienso que el odio hace mucho daño a uno mismo.

En mis reflexiones de cada día sabía que quería, que iba a perdonar. Al principio la angustia y la rabia afloran, pero el perdonar libera, según lo siento yo. Para ello no hace falta que lo pidan. Quizás tampoco lo merecen y tampoco es una obligación, ni el olvido. Quizás por mi fe, porque soy seguidora del evangelio de Jesús, me ha sido más fácil. Necesitaba tener paz interior, encontrarme bien conmigo misma.

Participé en una iniciativa plural (Glencree, 2007-2012) entre víctimas de distintos terrorismos: GAL, BVE y ETA. Después de dos años se abrió el grupo a otras vulneraciones de derechos humanos: perseguidos, torturados etc. Rompiendo barreras y estereotipos nos acercamos los unos a los otros, explorando bases para la convivencia. Nos permitió compartir experiencias, conocerlas, entenderlas y tomar conciencia de lo injusto, injustificable e inútil de la violencia padecida. Pasamos del conocimiento mutuo a la empatía y el reconocimiento del otro. Quisimos hacer con todo ello una contribución a favor de la convivencia. Hicimos una invitación a la sociedad en general y a cada uno en particular para que hiciese su propia reflexión y autocrítica del pasado, mediante un compromiso ineludible con la verdad y la justicia.

He participado en encuentros restaurativos con presos de Nanclares de Oca. Opino que era un programa importante que ayudaba a presos desvinculados de ETA a su reinserción en la sociedad a su salida de la cárcel. Hubiese sido bueno que este proyecto hubiese continuado.

Estoy en el programa Adi-Adian, que se imparte en centros educativos. Tratamos de llevar con nuestros testimonios un mensaje constructivo y de aprendizaje para que lo ocurrido nunca más vuelva a ocurrir.

En esta etapa de mi vida he tenido ocasión de conocer a personas estupendas y de mucha valía. Todo ello me anima a seguir poniendo “mi granito de arena”.

María Carmen Hernández es viuda de Jesús María Pedrosa, concejal del PP en Durango asesinado por ETA el 4 de junio de 2000.

 



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